nominacines y premios de Epifaniaenlaluna · relatos guiomar52

Sinunmar (Premio Relato Breve 2015)

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– Si es que ya te lo había dicho que no te calzaras las botas verdes de tacón porque ese tacón se hinca en la nieve y que así no podríamos avanzar- le susurré. – Ahora vienen pisándonos los talones y por más oscura que está la noche sin luna ellos van con linterna y nosotros no.

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Aniversarios · Pensamientos · relatos guiomar52

Feliz Año Nuevo 2018, Urte Berri On

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Se acerca la noche de fin de año. Esa que de pequeños llamábamos la noche del hombre de las narices, porque decíamos que venía un hombre con tantas narices como días tiene el año. Nos partíamos de risa durante todo el día, mis hermanos, mis primos y yo.

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performance

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imagen subida de internet

Una vez escuchó unos ojos verdemares. El sentido estalló inherente a la mirada; inhaló la frescura y se metió dentro de las aguas, sin respirar.

Las algas, le rodearon las piernas y le besaron, suaves. Le rozaron el vientre y le acariciaron la espalda desnuda. El deseo recorrió su columna y se dejó llevar.

Las estrellas ajustaron su color al tono de los ojos en los que buceaba. Se movía en esos ojos arriba y abajo, revolcándose en la arena verde del fondo del océano. Las Partículas de Plancton alimentaban su hambre; las ansias prodigiosas alimentaban su sed en las fuentes que manaban de los geiseres marinos. Y todo era bueno. Olor a menta en coctel de mojito.

En los ojos verdemar, océano de las aguas cálidas, vivía Tritón con un tridente. Cuando el verde se volvía oscuro y la noche anunciaba que no existía final del túnel comenzaba su performance. El mismo dios del mar se hacía en ese instante una caracola gigante con numerosos recovecos que silbaban fuerte. Así hacía subir las olas, desplazaba a las algas y las estrellas del cielo verde de las aguas y agitaba el mar. Las olas entonces enloquecían hasta hacer desbordar las lágrimas de todos los tiempos. En aquel momento la piel se le erizaba y todo el ajuar verdoso le hacía daño, le producía dolor por todas las partes de su cuerpo. Solía acabar dentro de la caverna escuchando el ruido terrible de Tritón. Lo atormentaba. La voz de aquel caracol se había convertido en la bestia más salvaje.

Creía que era el ser más desgraciado que nadaba en los ojos verdemares y dudó; y supo que quizá el comienzo, había sido un espejismo de desierto y el verde era rojo o azul más amarillo.

Fue en ese mismo momento que se dio cuenta que podía salir cuando quisiera y correr sobre las aguas.

Y así lo hizo.

 

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Toc-toc

LLuvia sobre la ciudad Rumney
LLuvia sobre la ciudad
Rumney

Llueven gotas y mojan casi todas las caras. Incontables piernas se mueven deprisa sobre los adoquines de las aceras salpicándose, en ocasiones embarrándose las pantorrillas o los bajos de los pantalones. Llueven gotas y más gotas. Las piernas andan arriba y abajo, cruzan las calles en vertical, en diagonal, por el paso de peatones. Algunas, las menos, esperan a que el semáforo cambie la luz. Los coches chirrían, suenan, aparcan, desaparcan, en línea, en batería, en doble fila con las luces de posición.

Una mano encuentra una puerta  y abre la cancela. Hay unas escaleras. Las piernas de la mano suben las escaleras, toc,  toc. Otras piernas bajan: toc, toc. Se cruzan. Tropiezan. Un hombre, otro hombre.

  • Perdón.
  • Perdón.

Dos perdones secos.

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Ratonera (micro-relato)

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Era la hora. Yo cogí una. Ella cogió la otra. Las dos estaban sobre la mesa de la cocina envueltas en papel de aluminio. Yo me llevé una. Ella se llevó la otra. Al llegar al lugar las abrimos. La mía estaba picada. La manzana podrida. La puse sobre el sobre que contenía el fajo de euros. Cogí la pistola del armario amarillo. Ajusté el cargador. Me había tocado. Aquella misma tarde tenía que matarlo. Quitarlo de en medio para que no estorbara a la organización con sus absurdas declaraciones de arrepentimiento. No había salida.

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El Camaleón (relato)

Mi relato «El Camaleón» ha quedado finalista en el XXXII Concurso de cuento y poesía de Vicálvaro.

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El camaleón

Te recuestas contra el tronco del árbol deshojado. El único árbol del demoledor páramo, el único árbol de la sedienta meseta, el árbol que podía ser de una fruta prohibida pero no, es un árbol que no engendra nada porque no debe de ser el momento, o no debe de ser el espacio o tal vez no sea el tiempo. Y tú tampoco lo sabes, no lo sabes, no. Y yo, que te observo ya solo en mis pupilas, tampoco sé demasiado de ese árbol, de ese tronco, de esa estepa, de ese cuerpo que es tu cuerpo y que no es ahora el mío.

Arqueas la espalda para fijar un solo punto de apoyo, siempre te fastidió la ciática, y te restriegas la barbilla a picotazos con tus dedos, pequeños picos aplicados de forma desmedida porque estás absorto en tu lectura o lo pareces. Te sientas sobre la hierba con un pantalón a prueba de rozaduras, de esa tela anti mosquitos que usabas siempre para ir de vacaciones al otro mundo. Te piqueas la barbilla como cuando creabas luego de tus viajes, historias conscriptas en el ordenador del despacho de nuestra casa.

Sí, de nuestra casa, aunque te empeñes en que era tuya por aquello de que fue un regalo de tu padre el día de nuestra boda.

Te recuestas en el árbol y como te conozco sé que no lees. Sé que lo simulas y que casi te has dormido, porque los picos en la barbilla te dejan casi yerto, casi en un post orgasmo y sé que no te pincha ni el suelo en el que apoyas tus nalgas desmedidas y blandas.  Y que no te molestan las costras del árbol, como no te molestarían las espinas de una rosa, porque te has embutido en esa ropa, en ese uniforme selecto, que en la estepa no lo llevaría nadie, pero tú sí y  te proteges así hasta del tibio sol que roza tu cabello encanecido.

Te odio Nicolás, sí porque me has sorbido la sangre, me has helado la piel y has convertido mi cuerpo en un pescado descamado. Te odio por tus viajes con tu ropa de diseño alternativo. Te odio. Y dices que te has cansado. Por eso tu postura contra el árbol. Dices que la vida no te llena. Eres un monstruo. Un monstruo acicalado con repelente de mosquitos. Y dices que te has cansado.

¡Óyeme, que yo también me canso!

Cuando llegó la carta del abogado ese de tu editorial y leí que liquidabas todo por “derribo”, por falta de liquidez, óyeme, casi me da un “pasmo”. Eso no me lo esperaba y ahora que solo te veo en mis pupilas como ya te dije antes, me santiguo y todo, cosa que no es propia de mí, y ya lo sabes tú mejor que nadie, me santiguo pensando como estarás durmiendo de verdad al raso aunque sea con tu traje anti mosquitos, y no doy crédito, Nicolás, que me dejaras la casa como si fuera un donativo, y que donaras todo lo líquido a no sé qué ONG. Y que te fueras Nicolás, por esos mundos que no están tan lejos como los de otros tiempos y que te fueras. No doy crédito que por cambiar de vida te hicieras pastor y me cambiaras a mí que siempre he sido tuya, que he sido tu estandarte y tú lo sabes, sí me cambiaras por un puñado de ovejas merinas de lana amarillenta. Suena hasta “cutre” Nicolás y piensa lo que quieras; yo voy a ver si duermen las niñas, y sí, que sé que tienen treinta años las gemelas, pero sabes que me gusta llamarlas las niñas, al fin al cabo siguen a mi cargo, Nicolás,  y voy  a bajar las persianas del salón- no sé tú en la estepa- aquí ya refresca por la noche.

Madrid 26 de abril de 2015

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Salón de proyecciones: Stand-by

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  1. Los hombres sin expectativas se citaron de forma implícita en el bar de abajo y se congregaron pasadas las nueve a.m. y acamparon en la puerta del antiguo Bar Nilo frente al banco de madera al lado de la papelera de metal brillante.
  2. Primero estaban tres Chema Raúl y Martín y los de la cuadrilla de Martín también se juntaron y luego también David y otros se juntaron.
  3. Y los hombres sin expectativas estaban con el monte al lado el parque en frente y el mar al otro lado y estaban sentados algunos en el banco y otros de pie junto a la puerta.
  4. Y en el bar había una chica con los pelos raídos fumando un porro y echando el humo hacia la puerta y todos los hombres sin expectativas se tragaban el humo.
  5. Y la chica era la novia de David que tenía un jersey marrón y un pantalón de chándal gris y que llevaba un sombrero de copa en la cabeza.
  6. Sobre el sombrero tenía una margarita de plástico y un cigarro Ducados entre los dedos de la mano.
  7. Y por la calle de abajo aparecieron otros hombres del otro barrio y se pararon junto al bar de los hombres sin expectativas y el primero era Nacho.
  8. Y Nacho llevaba un perro de aguas de pelo blanco y de su hocico chorreaba baba y asomaba los dientes.
  9. Y Nacho soltó el perro blanco que olió a todos los hombres que estaban sentados en el banco y a los que estaban de pie.
  10. Y entonces Nacho agarró del brazo a la chica de la barra que fumaba el porro y que en ese momento se había bajado a la acera. Y la besó los morros rojos y el perro husmeó con su hocico las piernas de la muchacha.
  11. Y David miró entonces uno a uno a todos los hombres sin expectativas y todos asintieron al unísono y no hablaron.
  12. E invocaron todos a Jehová Dios.
  13. Y entonces insultaron y cargaron contra los del otro barrio y todos salieron magullados.
  14. La señora del piso de arriba del bar que estaba con los rulos en su balcón secándose el pelo para no gastar luz llamó a la policía.
  15. La policía llegó cuando todos se habían marchado y solo quedaba el perro de lanas herido y ensangrentado que apoyaba su hocico en las piernas de la chica del pelo ralo.
  16. Y la policía se llevó a la chica por consumo de estupefacientes a la comisaria y al perro a la perrera del ayuntamiento donde dicen que fue tratado por la mañana y por la noche y que en tres días estuvo sano.
  17. Y al quinto día una familia de adoptantes de perro que vivían en un chalet junto a la playa, en un buen barrio y que tenían expectativas fueron a adoptarlo.
  18. Y Jehová Dios les entregó la mano, y las llaves del Reino y así el animal fue salvado y pasó a una buena vida.
  19. A los 100 Días dicen que se citaron de forma implícita de nuevo pasadas las nueve a.m. y otra vez en el bar se citaron en el que antes fue el bar Nilo los hombres sin expectativas y la chica estaba en la barra de nuevo y estaban con el monte al lado el parque en frente y el mar al otro lado y estaban sentados algunos en el banco y otros de pie junto a la puerta.
  20. Y la chica fumaba otro porro.
  21. Y por la calle de abajo aparecieron de nuevo los del otro barrio.

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Proceso de camino

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Sin duda, las piernas no le sostenían. Eso sí, caminaba. Caminaba como un autómata, como un condenado que conoce su destino camina hacia el patíbulo. Con los oídos presos de estímulos incoherentes, de sonidos seguramente en off y ajenos a las voluntades racionales.

Caminaba con los ojos casi ciegos derivado de un continuo permanecer nublado, en el intento de volcar las lágrimas hacia dentro como un río estéril que nunca desemboca en el mar. Y andaba así, con las fuerzas tentándole las sienes simulando de continuo una máscara en la cara. Con una sonrisa pálida e indefinida pegada al rostro con  Loctite.

Caminaba a sabiendas de todo esto.

Y fue así caminando que un día vislumbró su locura y la asimiló como elemento intrínseco a su propia naturaleza humana. Supo por tanto vivir de acuerdo a su no ser.

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sombras

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Esta criatura vive más asustada que yo. Vive llamando, rozando, arañando mi puerta. Y no es para menos. Aquí en el rellano de la escalera estamos solos.  Arriba la viejita  que no sale porque está en silla de ruedas. Y el piso de en frente está vacío desde que se marcharon los últimos inquilinos. Debajo no vive nadie. Y en el primero un hombre raro que se dedica a meter y sacar cartones. No sé para qué. Otro caso sería si fuera material para coser trajes anti radiactivos. Nos serviría al menos para protegernos. Aunque no sé, llevamos mucho tiempo expuestos. Y pienso que esta manera de subsistir sin agua y que no tengamos sed sea una consecuencia de ello, que estemos ya infectados. Vivimos asustados, protegiéndonos como ratas, corriendo de un lado para otro, de agujero en agujero, atrincherándonos entre la porquería y el cemento armado.. Intimida tanta oscuridad y la ausencia de ruido.

El ascensor del bloque esta estropeado desde  el año 2014 y hay que subir y bajar por la escalera  negra y desconchada. Fue  el mismo día de la invasión que se quedó parado entre el tercero y el cuarto. Entonces no lo pensé, pero tal vez fuera una premonición de los acontecimientos sucesivos.

Recuerdo que era un 24 de junio con calima de verano. Habíamos bajado a las hogueras como siempre por la noche de San Juan toda la gente del barrio. Habíamos cantado, saltado y brincado a través del fuego bajo. Algunos, casi al terminar, pisaron las ascuas y todos invocamos al solsticio, y tiramos el lado oscuro para que se quemara. Fue una noche diferente, porque lejos de hacer calor, a pesar de la temperatura alta propia de aquel verano y el fuego que  también nos abrigaba, un frío indeterminado se metía por entre los dedos de los pies y hacía que se quedaran duras  las sandalias, que ya por aquel entonces eran de plástico especial, porque la piel era solamente para unos pocos.

¡Ay esa criatura tiene más miedo que yo! Normal, su casa no tiene puerta y anda solitaria arriba y abajo, asomando la nariz en cuanto me oye salir y ve que me tiro a la calle a buscar algo que llevarme a la boca. Ya casi no queda nada. Han pasado dos años de aquel atropello, de aquel desenlace nuclear que vino de Marte. Dos años desde que fuimos tomados. Y ya hemos rascuñado todo, las tiendas de la ciudad entera, las casas, los bares solitarios… así, día tras día en busca de cualquier conserva. Y cada vez va quedando menos. Casi nada.

Y sí, puedo decirlo, pienso que tiene más miedo que yo, que  está amedrentada Y, aún y todo, pega el hocico a mis piernas y mueve el rabo. Y hasta lame mis pies descalzos. Porque estamos solos, sí, solos, esta perrilla de raza imprecisa, la mujer del cuarto  en silla de ruedas, el hombre de los cartones y yo Mariana que a mi edad he de buscarme la vida de esta manera.

Sí estamos solos y no me extraña que esta perra tonta tenga miedo, no me extraña que esté asustada.

No queda nadie vivo salvo nosotros en esta ciudad.

 

 

La frase en cursiva, inicio de mi relato pertenece al libro «Criatura»  de Carol Emshwiller

 

 

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desandares

 

 

la foto (26) Yo soy Casandra.

 Y esta es mi ciudad bajo las cenizas

«Monólogo para Casandra» Wislatwa Szymborska

Desandares

Transitamos un tiempo por la Calle Mayor. El sol inconsciente trituraba nuestras cabezas. Dos. Y al menos a mí me golpeaba las sienes.

Caminamos  sin rumbo no sé cuánto tiempo sobre los adoquines grises, uno al lado del otro, como dos titiriteros sobre unos zancos.

Puede ser que pensáramos los dos  que al llegar al horizonte se encontrara el mar esperándonos. O que solo lo pensara yo.

Y puede ser que quisiéramos que  allí junto a ese mar pudiésemos coger dos barcos a distintos destinos y con eso olvidar lo que había pasado.

Sin embargo era ilusorio porque el mar ya no se encontraba allí, había desaparecido o quizá no estuvo nunca.

Un mirador desvencijado e incluso improcedente ofrecía vistas gratuitas a la carretera de circunvalación. Cuatro carriles. Cuatro. Imposible tomar rumbo.

Y volvimos sobre nuestros pasos cansados, derrotado uno y rendido el otro.

Conscientes de ese andar absurdo y convencidos de que el sol seguiría devanando nuestros sesos desde allá arriba, licuando el calor en hielo para digerirlo más fácilmente. Seguros al fin de que después del desengaño el viaje continuaría a ninguna parte.