Era la hora. Yo cogí una. Ella cogió la otra. Las dos estaban sobre la mesa de la cocina envueltas en papel de aluminio. Yo me llevé una. Ella se llevó la otra. Al llegar al lugar las abrimos. La mía estaba picada. La manzana podrida. La puse sobre el sobre que contenía el fajo de euros. Cogí la pistola del armario amarillo. Ajusté el cargador. Me había tocado. Aquella misma tarde tenía que matarlo. Quitarlo de en medio para que no estorbara a la organización con sus absurdas declaraciones de arrepentimiento. No había salida.
Un buen relato ¿Quién quiere una manzana podrida? Un abrazo, amiga.
Hola amiga Julie, vamos a dejar a cada lector que haga su trabajo e intérprete quien quiere la manzana podrida, al fí y al cabo el papel del lector es parte de la obra ¿no? Hoy me has provocado una enorme sonrisa, exterior e interior que es muy bueno para el alma. Gracias amiga. Un beso fuerte.
Siiiii, claro, sonreír es la mejor fruta… Te mando un fuerte abrazo. Feliz día.
Sonrío al buen humor que Julie y tu manifestáis… ¿Quién quiere una manzana podrida y además con gusanos?
Valoro enormemente tu relato, Guiomar. Está claro que el final lo dejas a elección del lector. Me ha gustado mucho.
Buen fin de semana y un abrazo,
Isabel y yo valoro enormemente tu comentario. Y sí hay que intentar, por lo menos intentar abordar con humor. Y es difícil.¿pero si no que nos queda? Un abrazo y un buen fin de semana.