En el envés de aquella tarde y como era habitual en esa línea, el metro avanzaba lentamente y traqueteante, con un vaivén sonoro perceptible a cualquier oído, de un lado a otro, a veces hacia adelante otras hacia atrás. Un frenazo repentino hacía que toda la masa corpórea alojada en el vagón fuera trasladada hacia el mismo lado, todos al unísono, como si de una única pieza se tratara, obedeciendo a una misma orden, entonando el mismo compás.