¿qué tenemos aquí? Un librito que es una joyita, un diamante del arte de escribir. En escribir es vivir de Jose Luis San Pedro con Olga Lucas , nos vamos a encontrar no sólo el material recogido en unas conferencias qué este autor dio en Santander. Es todo un tratado de escritura. Además una crónica del SXX auténtica y veraz, una autobiografía y un compendio de amor y vitalidad. Toda una escuela de vida. Ha sido para mí una delicia entrar en contacto con este libro y todo un regalo. Cuanta sabiduría recogida en un libro de bolsillo…
Mes: octubre 2013
OTOÑO EN UNA CIUDAD MOJADA
Madrid. Distrito Goya. Calle Alcalá 96. Dieciocho grados y lluvia intermitente. Cabeza de línea E2 E3. Autobuses hacia barrios periféricos. Frente a la casa del libro cada vez se hace más larga la fila de personas que aguardan a los dos vehículos exprés casi sin paradas en su recorrido. Veinte minutos de trayecto gran parte en autovía, ramal lanzadera y estas en el barrio de destino. Veinte minutos de trayecto y veinte de espera en la parada a la intemperie de este Madrid en octubre del año dos mil trece.
Una mujer de edad entrada se acerca y se dirige gruesa y sudorosa a una madre y a una hija. Y se saludan. No se conocen pero se suenan. La madre comenta que no importa.
– Se ven tantas caras- añade.
La mujer mayor viene de trabajar de una casa, quizá haya más mujeres en la fila de esa edad entrada que vengan de barrer, fregar, quitar el polvo y planchar las camisas de algún “señor”. La mujer de edad mantiene con su pensión a su hija, a su nieto y a su yerno.
– Que no encuentran trabajo, sabe usted. Hoy los ricos viven.
Y tiene miedo de que la descubran porque ella es pensionista.
– Pero a ver mire usted que si no, no comemos. ¿Cómo vamos a vivir cuatro personas con seiscientos euros?
Su hija también limpia casas y escaleras y portales aunque casi no encuentra y su yerno tiene depresión porque no le sale nada desde hace cuatro años que le cerraron la fábrica. Y ya no cobra paro. Y ya no hay chapuzas. Y todo está como el campo yermo ni siquiera hay barbecho.
La mujer madre de la fila asiente y dice que ella sabe por vecinas y que todo el mundo está igual. Señala a su hija universitaria que hoy está de huelga por “La escuela pública”. Dice que en la clase de su hija de la universidad de Complutense, facultad de biología solo hay matriculadas cuarenta personas. Eso en su clase. La hija comenta que muchos estudiantes han dejado sus estudios porque no pueden pagar las tasas.
La mujer mayor que no sabe de tasas dice que sí que está todo fatal y que ahora no estudian los hijos de obreros.
– Todos pobres, mire usted. La educación como antes, solo los ricos. Ahí no importa que no sirvan para estudiar.
Una mujer bien arreglada, con pelo al uno y entrecano dice:
– Perdonen que me meta, yo soy maestra jubilada.
Y se gira al corrillo para hablar mejor. Al moverse ve en la esquina a una mujer joven de ojos claros vestida de negro. Lleva un pañuelo en la cabeza, también todo negro. Pide limosna junto al escaparate de La Casa del Libro. Detrás de sus ojos toda una vida. La profesora no lo duda. Es una ex alumna suya del último programa en el que trabajó cuando se dedicaba a dar clase a alumnos en desventaja social. Esta segura. Otros tiempos pensó.
– Perdonen- dice a las mujeres de la fila y se acerca a la mujer que mendiga
La mira de frente.
– ¿Kaoutar Ben Amar?
– Si responde la chica.
– Ana Mari López tu maestra.
Y se abrazan juntando sus cabezas. Detrás de sus ojos dos vidas.
Una vecindad muy tranquila
A las tres de la tarde era un cadáver sobre las baldosas blancas y negras de la cocina. No había sangre. Solamente un cuerpo largo y enjuto, prematuramente envejecido.
.-Un paro cardíaco dictaminó el médico. Una muerte natural.
Los ojos abiertos de par en par enmarcados en unas órbitas cetrinas parecían escrutarlo todo, hacer preguntas después de muerto. Además daban un aspecto fantasmal, como de otro mundo a una cara blanca y hundida en las mejillas. No se notaban ya las marcas de la heroína y nadie hubiera podido decir que tenía Sida, ni menos que llevaba más de una docena de años con la Metadona. Y que a los cincuenta tenía ya más de mil inviernos vividos.
Su tía Elvira, una mujer de avanzada edad, se lo encontró así en el suelo cuando llego del pueblo con su pequeña maleta a dar vuelta por Antonio, algo que hacía una vez al mes para cumplir la voluntad de su hermana que murió cuando el niño tenía algo menos de ocho años dejándolo tan solo al amparo de ella y de un padre pueril y “tontuso”.
Mientras vivió el padre del chico Elvira permaneció algo apartada a causa de la nueva mujer de su cuñado, pero al morir este y estar su sobrino atrapado en el submundo de la droga pasó a atenderlo personalmente. Ahora desde el proceso de rehabilitación del muchacho venía mensualmente y pasaba una temporada haciéndole compañía, cocinándole y limpiándolo todo para la temporada en la que Tony se quedaba solo.
A las tres de la tarde Elvira entró en la casa y vio a Tony muerto. A las tres de la tarde comenzó a gritar desesperadamente. A las tres de la tarde o quizá algún minuto después acudieron un sinfín de vecinas.
– Tenía que pasar, tenía que pasar, tenía que pasar – se murmuraba- algo tenía que pasar, ¡pobre!
Unos días antes, tal vez más de tres semanas Tony pagaba una caja de fresones en el Super de la calle de abajo. La sostenía con dificultad tan flaco, todo flaco con uno de los brazos. Con la otra mano hurgaba en el bolsillo del chándal y pagaba a la cajera con un billete de veinte
La gente de la fila hablaba entre ellos.
– Que si sabes que pasó anoche, que si fue la poli a su casa, que si dicen que los llamó él, que si dice que el vecino de arriba le hace agujeros en el techo para espiarlo, para mirarlo, para saber lo que hace e incluso para llevárselo.
Un hombre cano con bastón decía que unas vecinas lo habían visto, que se habían encontrado con los guardias en el portal y que habían subido por la escalera porque les dijeron que no pasaba nada. Y que una de ellas se quedó en el primero y la otra subió al segundo y que los guardias también. Y que se encontró que allí estaba Tony esperando en el rellano porque “de seguro” era el mismo que había llamado a la policía. Y que la mujer preguntaba a los guardias que qué pasaba porque esa vecindad era muy tranquila y que Tony era un buen muchacho. Y que la policía le dijo:
– Nada, nada señora métase en su casa.
Y que ella, así lo hizo.
anatomía en gama gris
A mis alumnos de Compensatoria
Nada más grato en mi docencia de los últimos doce años que el aprendizaje de vida adquirido de mis alumnos. Mi gran fortaleza. Ahora que mi discapacidad sensorial me aparta de esta labor rindo homenaje a estos alumnos que han sido mi gran fortaleza en este caminar duro y complejo de estos últimos cursos.
Gris es gris
es gris y
amanece.
Despunta
como un día más en el barrio irreconocible, indómito e infinito.
Amanece en tierra de nadie.
Amanace.
Negro es negro.
Luz de fluorescente que agoniza.
Aula
Sala donde se da clase.
Aula.
Escribe.
y el sudor también amanece en sus axilas púberes.
Gris, negro, gris, hambre.
Mira.
Ojos negros oscilan arriba y abajo.
No centellean.
Contempla
pantalla de ordenador viejo pero no olvidado
en la esquina del aula..
Traspasa
Gris-negro-gris
Su alma obsoleta.
Y no llueve tras los cristales.
Cristales
y a través, nítidas presencias de niños flacos
que juegan.
Que juegan ausentes a lo presente y pisotean las hojas que cayeron una-detrás-de-otra.