Dice Presina en un sucinto y claro prólogo en el que describe que es para ella la poesía y «ser poeta», que no sabe si haber vivido justifican estos poemas. Y yo digo que si, porque la vida y la mirada ante ella junto a una sensibilidad innata del «poeta», justifica esa necesidad de contar, desde un bagaje emocional de «haber vivido».
Ayer, después de estar un rato trabajando en mi ordenador, bajé a la piscina con este libro como compañía. Y con él, «nada me falta». Exquisitez, delicadeza, mirada al mundo, el tiempo en que habitamos, las vivencias…trazan este mapa poético que sin duda hay que leer. Una vez más gracias a Presina por hacer que mi tiempo de lectura sea delicioso para mis sentidos. Enhorabuena por esta publicación que está avalada por el ayuntamiento de Málaga.
Eres la indiferencia argamasa áspera en tu boca, acero en tus manos, desarraigo de agua y yo la nada, la nada rigurosa en el lugar sin fondo donde nunca me amaste.
Ahora, en tiempo sosegado te he vuelto a ver, exhausto, jadeante que regresa a su nido, seco y sombrío, roto, como el amor que no quisiste compartir.
Poema extraído de: «De las horas quemadas» Presina Pereiro Colección Monosabio 115/poesía Ayuntamiento de Málaga
“Salón de Proyecciones “ de Isabel Montero Garrido, cien páginas sin soledad.
Una prosa vibrante, humana y sin límites estéticos, nos trae Isabel Montero Garrido con la reciente entrega de su libro de prosa “ Salón de Proyecciones “. Casi cien páginas sin asomo de soledad, atisbos sin fugas de la condición humana. Escrito en un lenguaje descomplicado, ágil, en apoyatura de la primera persona narrativa y tal vez por ello óptima manera de adentrarse en la realidad , estos relatos ora cortos memorables, ora discernimiento conmovedor, atinan en ser dadores del acontecimiento del hombre y en tanto eso fiel testigo de su decursar, de su testimonio antropológico. Esto último a mi modo de ver es gran ganancia del libro que no busca en su curso adjetivar o condicionar aquello que la realidad expone sino que su afán reside sobretodo en exponer con claridad y sin ambages el asunto al que se aproxima. Por otro lado es de notar el gran caudal que logra ese su lenguaje llano, logrando trasmitir con maestría verdades incontestables desde una claridad extrema, claridad que seguros estamos se ha dado antes en la lucidez de la reflexión que a su vez ha sido trasvasada al idioma, al lenguaje de la emoción. No en balde conocemos que Isabel Montero Garrido, ha tenido por años la profesión de maestra. He aquí el magisterio entrañable que se persigue y que se encuentra, enseñar y trasmitir y vaya si lo logra. Otro de los señeros desafíos que logra esta autora, es el curso narrativo definido en formato corto pero que aún, en relatos no tan breves, alcanza una síntesis extraordinaria, síntesis que viene a surtir de igual modo el efecto de crear expectativas en el lector, doble capacidad del discurso, sin dudas un acierto más, con el que no todos los narradores pueden contar. La relación entre lo poético y lo práctico del lenguaje, es un reto que suponemos se ha exigido aquí, ya que si bien es conocida la calidad de la poética de la autora con varios títulos en su haber, su prosa consigue que aquellos paradigmas emocionales del imaginario poético, sean sustento y pilar útil, a instancias únicamente del hecho narrativo sin estorbar ni impedir su legítimo curso. Tal vez sea por ello que una de las cualidades que más ha llamado mi atención, reside en la fuerza de los mensajes, dados en un presente atemporal, en “propiedad inalterable” según la acepción del crítico literario, Hans Robert Jauss, en cuyo caso el narrador tiene en cuenta al lector en tanto lo suma más que lo dirige. Así la relación entre contenido y forma es resuelta de manera natural, tenido como suma primordial, al receptor, al lector. El hecho de observar este anclaje de escritura en Isabel Montero Garrido, nos demuestra su granada andadura, no obstante ser este su primer libro de prosa. En muchos de los relatos aquí reunidos, percibimos esa llamada a un diálogo con el lector, dejando a este los caminos del propio discernimiento y de esta forma aún cuando el título de todo el cuaderno no aparece explícitamente contenido en los textos, es símbolo de cuanto propone el mismo: proyectar, dar luz, dar imagen, visualizar, o lo que es lo mismo, contar desde nuestro particular sitio e interpelar. Así en lo dicho queda resumida la esencia del libro: hacer de lo ordinario de cada día, lo extraordinario. Dar voz a los silencios. Trasmitir sin condicionamientos. Conceder a la palabra lo que le es connatural, su testimonio de vida. Gracias Isabel Montero Garrido por el horizonte ilimitado de “ Salón de Proyecciones “ por encontrarnos con una voz narrativa que nos abraza, gracias por su cálido acogimiento sin estorbo de exaltaciones técnicas o fatuos discursos. Gracias por su verdad humana y por su imposible soledad.
Acababan de dar las diez y quince en el reloj del salón en el que había dejado la cena para los señores de la casa y sus cinco hijos. No hacía nada que habían llegado de celebrar la eucaristía de las nueve, que, en la parroquia de ese barrio adinerado, hacía las veces de la misa del gallo. Se trataba de una familia muy religiosa. Magdalena tenía permiso para ir a cenar con los suyos a pesar de trabajar como interna. Así mismo se lo dijeron. —Mañana no se quede Magdalena que es Nochebuena, déjenos la cena para servir y vaya a cenar con los suyos, le dijo la señora el día anterior. A ella le llamó la atención lo de los suyos porque en once meses que llevaba trabajando en esa casa, no le habían preguntado si tenía familia. Jamás de los jamases. Magdalena entró a servir por su prima Dorita que hacía unas horas en esa misma casa por el tema de la colada y la plancha. La interna que tenían los señores de Angulo se había marchado a su tierra allá en Ecuador. —Se ve que tenía allí a sus hijos y llevaba más de tres años sin verlos. Se ve que no aguantaba más chica, le dijo Dorita. —¿Pero no quieren informes? —Mira Magdalena, la señora tiene cinco hijos, una casa enorme, y está desesperada. Por supuesto, me lo ha propuesto primero a mí. Le he dicho que no. Que imposible. Tú sabes mija, que yo tengo marido e hijos. Yo a mis niños desde que me los traje, no los dejo. A las diez y treinta minutos exactos, salió Magdalena por la puerta, atravesó el jardín y cruzó la carretera a grandes zancadas hacia la parada del autobús. Se divisaban ya las luces de los faros al alcanzar la curva de arriba de la calle. —Si pierdo este autobús, Dios sabe, y se santiguó. El trayecto del autobús al intercambiador en el que debía coger el metro duró tres cuartos de hora, en los que Magdalena, aprovechó para enviar algunos wasaps de felicitación y contestar a otros. También le puso uno a su marido. —Estoy a medio camino. A medida que el autobús se acercaba a la ciudad, se podía ver el reflejo de los adornos y las luces de navidad. Un derroche de luz y color: guirnaldas, edificios que pestañeaban en distintos tonos, y música, se podían oír villancicos cuando el autobús abría y cerraba las puertas en cada parada. Subía poca gente. Esos autobuses interurbanos que bajan de las urbanizaciones no suelen ser de recogida sino más bien de bajada de personas a distintos puntos de la capital. Ya en el andén del metro tuvo que aguardar veinte minutos.” Por causas ajenas a Metro hay retrasos en la L1, L2, L6, disculpen las molestias, gracias”, se escuchaba de vez en cuando por megafonía, y unos letreros luminosos por les que pasaban las palabras como en una cinta transportadora, se hacían eco del mismo mensaje. Magdalena volvió a los wasaps. No paraban nunca. Vio que su marido no había contestado. Ni siquiera lo había visto. Por fin el metro entró en el andén. Aun le quedaba un buen trecho porque, aunque esa línea iba directa y no debería hacer ningún cambio, todavía tendría que coger un autobús que la llevara hasta su barrio. Por suerte, pudo cogerlo sin esperas. Poco faltaba para las doce cuando se avistaron las primeras casas del barrio donde vivía. Se accedía por una carretera comarcal que en su último tramo estaba sin asfaltar. El autobús daba saltos y tumbos. Magdalena viajaba sola y el autobús se detuvo apenas un minuto para que se apeara. Entonces, corrió por las callejuelas estrechas de casas bajas. Algunas habían encendido las chimeneas. De otras se oía jolgorio de “campana sobre campana”. Cuando llegó a la suya abrió con premura la puerta y allí estaba José, despanzurrado en el sofá boca arriba, con un hilillo de saliva que le caía por la comisura de los labios. Borracho perdido. Muy borracho. Apenas entreabrió los ojos cuando ella le sacudió y emitió un gruñido para seguidamente, girarse sobre sí mismo. Magdalena le echó una manta por encima, y lloró. Lloró apenas cinco minutos. No se permitió más. Encendió una vela de Navidad de esas de olor que le había regalado la señora el día de antes. Se abrió una lata de paté que traía en el bolso y se lo comió a cucharadas. Había olvidado comprar el pan.
En los Encuentros con escritoras del «Espacio de Igualdad Gloria Fuertes»@espaciodeigualdadgloriafuertes,que tan bonito lo organiza Ana Maria Patiño (@anamariapatinomartinez ), la escritora cubana Nayara Ortega Someillán, nos habló de su proceso creativo, de su obra poética «Una ballena me habita». También de su formación académica y el desarrollo de su trabajo en la Universidad de Zaragoza. Nayara, a pesar de su juventud ( La Habana, 1992), sorprende por su madurez y formación: Graduada en filología hispánica en la Universidad de la Habana, en Lexicografía por la Universidad de León y la Real Academia de la Lengua Española. Especializada en lingüística, es miembro de la asociación de Lingüistas de Cuba y de Estudios Latinoamericanos (LASA). Una ballena me habita, según la autora, es un libro gestado con dolor. Una creación en la que están presentes el fallecimiento abrupto de su padre, su hija, su esposo, la mujer, La Habana, el mar de la isla, la salida de Cuba, el cambio y la adaptación a su nueva tierra, la autoestima, el coraje de seguir y el repentino salto a la vida adulta. Un libro que escribe su trayectoria de vida como un tatuaje en la piel. Un libro moderno, como corresponde a la generación de la autora, donde están presentes alusiones a las redes sociales que al fin y al cabo forman parte de nuestra metaliteratura de hoy en dia. Cada poema está acompañado de una ilustración del artista Álvaro Piñol Zulueta @studio_Kofi, esposo de la autora.
Un colibrí
Un día te darán un beso azul con sabor a viento y playa. Cualquier día vendrá un azul abrazo, de esos que te arrebatan y despeinan. Una tarde, chica-ave, llegará una caricia chocolate, una mano avergonzada, muy sutil. Y tú podrás huir o pernoctar. Pero el azul seguirá siendo el color más cálido y tu sonrisa más linda del universo.
Una ballena me habita, poesía Nayara Ortega Someillán Editorial Autografía