Durante toda la semana anterior solíamos recoger todo lo que encontrábamos por la calle y en las laderas del monte. Montones de palos, ramas secas, sillas viejas y enseres de todo tipo que nos daban los vecinos.
– Toma chaval, para la hoguera.
Hacíamos un montón con todo y siempre se quedaba alguno de los amigos vigilando para que no nos robaran ningún elemento de la hoguera. Por la noche la encendíamos y cuando quedaban las últimas brasas, saltábamos de lado a lado pidiendo un deseo o quemando la rabia. Allí cada uno tenía la suya.
Después nos recogían las madres, porque en aquel lugar los hombres siempre trabajaban fuera, ya en la mar, ya en el transporte.
Mi madre, por aquel entonces, realizaba un ritual la Noche de San Juan. Colocaba unos cuencos de agua con clara de huevo debajo de nuestras camas y otro cuenco en el alféizar de la ventana del balcón. Según decía nos protegerían todo el año. Y si la clara del cuenco del balcón adquiría la forma de barco, la suerte estaría de nuestro lado. Mamá siempre nos despertaba temprano al día siguiente.
– Corred, corred que el barco de Clara de huevo ha zarpado temprano y se ha llevado a la mar todas las cosas malas.
Entonces nos levantábamos ilusionados, porque una vez más sabíamos que mamá tenía la magia en sus manos. Isabel Montero
#NochedeSanJuan
Qué recuerdos tan hondos y qué belleza recordar las costumbres de esta noche de San Juan! Me ha gustado mucho tu relato. Besos.
Gracias Julie, si ciertamente las tradiciones hay que mantenerlas vivas. Un abrazo!
La memoria nos permite regresar a tiempos felices y disfrutar, nuevamente, de ellos. Gracias, querida Isabel.
Un gran abrazo.
A tí las Gracias Isabel!!!! Las noches de San Juan tienen algo. Un fuerte abrazo!!!!