
Amanece y traspasa la línea del horizonte.
Conduces y luego andas por las aceras, entre las calles
esas que tienen un ligero
olor a té verde.
Una madre con «hiyab» te llevará hoy un termo.-
Miras las farolas aún iluminadas, adviertes en ellas destellos luminiscentes.
Es el rocío, por tanto, sabes que es un efecto óptico,
y a pesar de ello, te engañas
como tantas veces
y agradeces lo que recibes,
esas ilusiones que dan sentido a tu quehacer diario.
Caminas y la gente pasa a tu lado.
Deambulan, igual que tú, aún desvaídos por la madrugada.
Piensas que son como tú – todos iguales en un estado de bienestar-
No adviertes nada diferente.
Sólo cincuenta nacionalidades o más en el mismo patio
en la misma escuela.
-Y que poco llevas en ese destino-
Detrás La Cañada y la ruta
de los transportados del poblado de Valdemingómez.
Al atardecer, de vuelta a casa,
después de muchas jornadas, miras el telediario, lees en Internet y transitas todas las redes al mismo tiempo
en un mismo espacio,
el tuyo.
Te haces consciente entonces.
© Isabel Montero Garrido