Sin duda, las piernas no le sostenían. Eso sí, caminaba. Caminaba como un autómata, como un condenado que conoce su destino camina hacia el patíbulo. Con los oídos presos de estímulos incoherentes, de sonidos seguramente en off y ajenos a las voluntades racionales.
Caminaba con los ojos casi ciegos derivado de un continuo permanecer nublado, en el intento de volcar las lágrimas hacia dentro como un río estéril que nunca desemboca en el mar. Y andaba así, con las fuerzas tentándole las sienes simulando de continuo una máscara en la cara. Con una sonrisa pálida e indefinida pegada al rostro con pegamento Loctite.
Caminaba a sabiendas de todo esto.
Y fue así caminando que un día vislumbró su locura y la asimiló como elemento intrínseco a su propia naturaleza humana. Supo por tanto vivir de acuerdo a su no ser.
Bello escrito…»Dulce est desipere in loco»(Horacio)