Escritora estadounidense, Sylvia Plath es una figura enigmática no sé si por su vida envuelta en intentos de suicidio, su suicidio culminado, sus poemas algunos pensados para ser recitados, su precocidad en la escritura, ocho años para el primer poema, su matrimonio turbulento con el afamado escritor Ted Hughes, la prematura muerte de su padre que marcó de alguna manera su caminar, y a ciencia cierta no está claro el porqué, su temperamento oscilante que se mueve en la subida y bajada del andamio en la fachada de un edificio en construcción, su relación con la locura, su caracter que hace real la prohibición a su madre de no volverse a casar obligándole a firmarlo por escrito siendo solo una niña. Sylvia Plath prosista, poeta, dibujante e icono feminista. Sylvia una poeta que me fascina. Sylvia más allá de los mitos. Sylvia la poeta maldita
He escogido un texto que pertenece al universo «ego solus ipse». Un poema sobre el que me gustaría oir vuestras voces en los comentarios de este blog. Un poema que me eclipsa y me arrebata.
Soliloquio de un solipsista (1956)
¿Yo?
Camino a solas;
la calle a media noche
se prolonga bajo mis pies;
cuando cierro los ojos
todas estas casas de ensueño se extinguen:
por un capricho mío
la cebolla celestial de la luna cuelga en lo alto
de los hastiales.
Yo
hago que las casas se encojan
y que los árboles mengüen
alejándose; la traílla de mi mirada
hace bailar a las personas-marionetas
que, ignorando que se consumen,
se ríen, se besan, se emborrachan, sin sospechar
igualmente que, cada vez que yo parpadeo,
mueren.
Yo,
cuando estoy de buen humor,
doy a la hierba sus colores
verde blasón y azul celeste, otorgo al sol
su dorado;
pero, en mis días invernales, ostento
el poder absoluto
de boicotear los colores y prohibir que las flores
existan.
yo,
se que tu apareces
vivida a mi lado,
negando que brotase de mi cabeza,
clamando que sientes un amor
lo bastante ardiente para experimentar la carne real,
aunque salte a la vista,
querida, que toda tu belleza y todo tu ingenio son dones
que yo te concedí.
Sylvia Plath