Mi relato «El Camaleón» ha quedado finalista en el XXXII Concurso de cuento y poesía de Vicálvaro.
El camaleón
Te recuestas contra el tronco del árbol deshojado. El único árbol del demoledor páramo, el único árbol de la sedienta meseta, el árbol que podía ser de una fruta prohibida pero no, es un árbol que no engendra nada porque no debe de ser el momento, o no debe de ser el espacio o tal vez no sea el tiempo. Y tú tampoco lo sabes, no lo sabes, no. Y yo, que te observo ya solo en mis pupilas, tampoco sé demasiado de ese árbol, de ese tronco, de esa estepa, de ese cuerpo que es tu cuerpo y que no es ahora el mío.
Arqueas la espalda para fijar un solo punto de apoyo, siempre te fastidió la ciática, y te restriegas la barbilla a picotazos con tus dedos, pequeños picos aplicados de forma desmedida porque estás absorto en tu lectura o lo pareces. Te sientas sobre la hierba con un pantalón a prueba de rozaduras, de esa tela anti mosquitos que usabas siempre para ir de vacaciones al otro mundo. Te piqueas la barbilla como cuando creabas luego de tus viajes, historias conscriptas en el ordenador del despacho de nuestra casa.
Sí, de nuestra casa, aunque te empeñes en que era tuya por aquello de que fue un regalo de tu padre el día de nuestra boda.
Te recuestas en el árbol y como te conozco sé que no lees. Sé que lo simulas y que casi te has dormido, porque los picos en la barbilla te dejan casi yerto, casi en un post orgasmo y sé que no te pincha ni el suelo en el que apoyas tus nalgas desmedidas y blandas. Y que no te molestan las costras del árbol, como no te molestarían las espinas de una rosa, porque te has embutido en esa ropa, en ese uniforme selecto, que en la estepa no lo llevaría nadie, pero tú sí y te proteges así hasta del tibio sol que roza tu cabello encanecido.
Te odio Nicolás, sí porque me has sorbido la sangre, me has helado la piel y has convertido mi cuerpo en un pescado descamado. Te odio por tus viajes con tu ropa de diseño alternativo. Te odio. Y dices que te has cansado. Por eso tu postura contra el árbol. Dices que la vida no te llena. Eres un monstruo. Un monstruo acicalado con repelente de mosquitos. Y dices que te has cansado.
¡Óyeme, que yo también me canso!
Cuando llegó la carta del abogado ese de tu editorial y leí que liquidabas todo por “derribo”, por falta de liquidez, óyeme, casi me da un “pasmo”. Eso no me lo esperaba y ahora que solo te veo en mis pupilas como ya te dije antes, me santiguo y todo, cosa que no es propia de mí, y ya lo sabes tú mejor que nadie, me santiguo pensando como estarás durmiendo de verdad al raso aunque sea con tu traje anti mosquitos, y no doy crédito, Nicolás, que me dejaras la casa como si fuera un donativo, y que donaras todo lo líquido a no sé qué ONG. Y que te fueras Nicolás, por esos mundos que no están tan lejos como los de otros tiempos y que te fueras. No doy crédito que por cambiar de vida te hicieras pastor y me cambiaras a mí que siempre he sido tuya, que he sido tu estandarte y tú lo sabes, sí me cambiaras por un puñado de ovejas merinas de lana amarillenta. Suena hasta “cutre” Nicolás y piensa lo que quieras; yo voy a ver si duermen las niñas, y sí, que sé que tienen treinta años las gemelas, pero sabes que me gusta llamarlas las niñas, al fin al cabo siguen a mi cargo, Nicolás, y voy a bajar las persianas del salón- no sé tú en la estepa- aquí ya refresca por la noche.
Madrid 26 de abril de 2015